“Street Art” y el diálogo entre generaciones y culturas

“Street Art” y el diálogo entre generaciones y culturas
Un paseo por la historia de este tipo de manifestaciones y su influencia en las ciudades.

 

por: Miguel I. Baduel

Colores intensos, paredes con mensajes y graffitis sobre muros descascarados como cicatrices del tiempo. Caminar por cualquier ciudad del mundo nos llevará a esquinas que hablan con tonos y texturas imposibles de hallar en otros contextos. Desde Nueva York y Londres hasta Río de Janeiro y Buenos Aires, nos referimos al arte urbano o street art, una práctica ya bastante añeja que aún se siente contemporánea con cada generación.

Entre los puristas que miran con recelo hasta los jóvenes con tendencias DIY, parece que en cuanto a esta práctica callejera el debate nunca se agota. Pero, ¿cómo surgió este movimiento y qué consecuencias ha dejado en nuestra cultura?


Con un pasado un tanto difuso, podemos afirmar que el origen del street art como lo conocemos hoy en día se remonta a década de los 60 en Filadelfia, Estados Unidos. Allí un grupo de artistas comenzaron a intervenir muros con mensajes de protesta y frustración por la desigualdad social, la discriminación racial y la falta de oportunidades en barrios marginados. Reclamando, así, una voz en el espacio público.

Esta tendencia, que fue considerada vandalismo y que se conoce aún hoy en día como bombing, se extendió al distrito del Bronx en Nueva York, donde tuvo un vínculo estrecho con el rap, el hip hop y el breakdance, prácticas que a veces también formaban parte del espectáculo público, y por tanto, del arte llevado a la calle.

En los años 80, el arte callejero estadounidense se empezó a replicar en ciudades europeas como París, Berlín o Londres, especialmente en Bristol, donde Banksy, un artista anónimo conocido por pintar en las paredes de la ciudad con mensajes provocadores y críticos, empezó su carrera.

El street art también ha llegado a latinoamérica, con murales como los de Mon Laferte en Chile, con fanáticos locales y detractores en redes sociales. Y es que incluso existe una página web del ente de turismo de Buenos Aires que promueve su escena artística urbana

No podemos dejar atrás el movimiento Acción Poética, iniciado por el mexicano Armando Alanís Pulido pero con influencia en todo el subcontinente, en el que se interviene el espacio con fragmentos de poemas románticos.

España no se queda atrás, y es que en la ciudad de Segovia, en el año 2013, se celebró un evento para conmemorar el XX aniversario de las Ciudades Patrimonio de la Humanidad. Allí se desplegó una pancarta gigante con fotos de los espacios patrimoniales de las 13 ciudades y se ofrecieron espectáculos artísticos y performativos al aire libre, accesibles a toda la comunidad.

Pero en el mundo académico y en la opinión popular, el arte en el espacio público no siempre ha tenido una recepción positiva. Así se muestra en la investigación “El arte callejero no es delito: procesos de politización de la cultura en la Ciudad de Buenos Aires, Argentina” de Julieta Infantino, en la que se discute cómo la criminalización del de esta práctica no es solo legal, sino también simbólica. Infantino cuenta cómo un proyecto de reforma del código contravencional de 2018 permitiría denuncias anónimas contra artistas callejeros y habilitaría los arrestos por intervenciones en la vía pública.

Otro ejemplo de esto es cómo el ayuntamiento de Madrid eliminó, en febrero de 2025, obras del artista urbano Basket of Nean, conocido por sus mosaicos pixelados en las calles de la ciudad, con reproducciones de obras clásicas y referencias a la cultura pop, que ya se habían convertido en parte de la identidad del paisaje urbano madrileño y cuya demolición despertó indignación y rechazo entre los habitantes.

Fue André Gide el que dijo que “el arte que pierde contacto con la realidad y la vida se convierte en artificio”. Pero más allá de la metáfora, el arte callejero es, para el profesor Antonio Remesar, las intervenciones estéticas que, al incidir en el territorio, generan mecanismos de apropiación del espacio y co-producción de sentido. En otras palabras, aquellos murales, graffitis y pósters que invaden el lugar público no son meras decoraciones que acompañan a la vida cotidiana, sino que se convierten en agentes que habitan, inciden y evolucionan con el sitio, en residentes estéticos con opiniones e ideas que comparten con los residentes humanos.

Félix Duque nos presenta la síntesis perfecta de las dos ideas anteriores: el arte no es auténtico a menos que sea comunitario. ¿Y qué es más comunitario para el arte que llevarlo a la calle? La identidad propia que le vamos dando a los espacios públicos con muestras de arte es el primer paso para la conversación entre culturas y generaciones, compartiendo significado más allá del lenguaje verbal.

Es así como, desde sus inicios en Filadelfia en los 60 hasta su destrucción en Madrid y su promoción en Buenos Aires en la actualidad, el arte callejero no solo conecta a culturas de diferentes partes del mundo, sino que crea microcomunidades y ambientes de inspiración y contemplación que se siguen replicando generación tras generación. Todo el arte inspira obras nuevas alrededor del mundo. Las ciudades, así, se convierten en galerías comunitarias en las que cada rincón es un lienzo que alberga pinceladas que conversan entre sí.