Del Punk al Cottagecore, subculturas que nacen, viven y evolucionan en la era digital

Del Punk al Cottagecore, subculturas que nacen, viven y evolucionan en la era digital

Las redes sociales y su influencia en las subculturas digitales.

por: Miguel I. Baduel

Paz, amor libre, ropa colorida y LSD son algunas de las características que seguro se te vienen a la mente al escuchar la palabra hippie. Al ser una de las primeras subculturas musicales basadas en el rock, muchos consideran que sentaría las bases para otras como los punks, góticos y luego emos. Pero, ¿en qué consiste pertenecer a una subcultura y cómo funciona en la era digital?

Para la socióloga Kimberly Moffit, la cultura refleja la sociedad: lo que hacemos, lo que creemos, lo que creamos. La académica explica que cuando hay sociedad, hay cultura. Personas que comparten un territorio y valores definidos tienen rasgos culturales en común. Ahora bien, estas culturas se pueden dividir en grupos más pequeños. Por ejemplo, si bien hablamos de una “cultura estadounidense”, no es lo mismo un sureño que alguien de Los Ángeles, San Franciso o Nueva York.

Mientras más pequeñas y rudimentarias son las sociedades, más uniformes resultan las culturas. Pero en un mundo hipercomunicado de megaciudades e industrialización, la diversidad es evidente. Una subcultura es un grupo con valores y normas distintos a la mayoría. Y aunque sea distinta y esté dentro de la cultura dominante, también toma prestado de ella.

Al usar el término “subcultura” a muchos les vendrán a la cabeza contraculturas estruendosas y de protesta como el punk. Pero el término ha sido utilizado hasta para denominar al colectivo afroamericano, ya que este cuenta con una herencia, historia, música y literatura distintos al de la cultura dominante de Estados Unidos, y que su vez son parte de ella.

Las subculturas, por tanto, existen en sociedades plurales. Tanto los hippies tenían sus valores pacifistas y sus comportamientos sexuales distintos a los de la mayoría cristiana y conservadora, como los punks tenían un estilo musical, vestimenta DIY e ideología anticapitalista que se distinguía claramente del cristianismo, el capitalismo y el modo de hacer arte y ropa mayoritarios en Estados Unidos.

Puede sonar muy yankee todo esto, y no es casualidad: Estados Unidos no solo es culturalmente diverso, sino que también exporta subculturas al mundo entero. Punks y hippies nacieron allí y pronto encontraron nuevas formas en otros continentes. Pero ojo, no es el único escenario: países como Japón también vieron florecer movimientos propios, con estéticas e ideas que viajaron más allá de sus fronteras.

Japón es un semillero de subculturas. Allí nacieron los otakus, fanáticos del anime y manga, y las gyarus, chicas que desafían los roles de género y se visten como versiones exageradas de chicas occidentales. Algunas de estas movidas también se han extendido a otros lugares, como Latinoamérica o Europa.

Algunos ejemplos de subculturas nacidas o que han evolucionado gracias al internet son los siguientes:


Cosplayers

Si bien sus orígenes son previos al internet, es una subcultura altamente relacionada con la otaku que ha evolucionado y se ha expandido en la era digital. Basta con buscar la palabra “cosplay” en TikTok para encontrarse con miles de videos de personas disfrazándose de sus personajes favoritos. Los cosplayers diseñan sus propios disfraces y pueden ser encontrados en ferias de anime y cómics. Aunque pueden considerarse simplemente como un grupo con intereses en común, algunos estudios sociológicos los han clasificado como una subcultura.



Cottagecore

Esta subcultura tuvo sus inicios en Tumblr y Pinterest alrededor del 2018 pero se consolidó en 2020 gracias a TikTok. Entre sus ideas podemos encontrar las de una contracultura que hace frente al consumismo y la industrialización excesiva, idealizando la vida rural, la jardinería, el pan casero, lo DIY y la estética rústica. Si bien ha sido criticada por su visión idealizada de lo rural, sus seguidores, sobre todo mujeres, intentan llevar una vida lo más “antimoderna” , autosuficiente y sostenible posible, manteniendo contacto con las redes sociales.


Dark Academia

Sus orígenes se remontan al Tumblr de 2017 y se inspira en la literatura gótica, las universidades de élite y en películas como La sociedad de los poetas muertos. Sus miembros se centran en cultivar la cultura general y las artes liberales, en escribir poesía, llevar diarios, leer sobre filosofía, etc. En su ideología se puede encontrar una romantización hacia la sabiduría y la introspección, aunque algunos de sus miembros pueden caer en el elitismo intelectual. Aún así, influyó bastante en la promoción de libros clásicos a la juventud. En su estética, encontramos influencias de lo gótico, bibliotecas oscuras y vestimenta formal.


Pero no todas las subculturas digitales giran en torno a lo estético u artístico, otras hacen de su foco temas más políticos o controversiales, como por ejemplo:


Tradwifes

Esta tendencia, promulgada por mujeres, nació como contracultura al feminismo, y busca promover los roles de género tradicionales. Está inspirada en las esposas estadounidenses de los años 50: amas de casa, sujetas al hogar y a sus hijos, y sumisas ante su marido. Surgió en redes sociales como TikTok y YouTube y también se popularizó en memes y foros de derecha e incels. Su estética se basa en el cristianismo norteamericano y en los vestidos modestos y mucha veces es combinado con el cottagecore. Estas mujeres se graban haciendo actividades domésticas, promoviendo la maternidad y criticando al progresismo. No obstante, no todas las tradwife originalmente juzgaban el modo de vivir de otras mujeres. Ha sido criticado por promover un estilo de vida inalcanzable para muchas familias.


Incels

Y ya que hablamos de las tradwife, una subcultura conformada por mujeres que a veces ha sido ligada a movimientos de extrema derecha, hay que hablar de los incels. Los incels son una subcultura compleja. Sus espacios más visibles están en foros como Incels.is. Y es que incluso inspiró una serie de Netflix llamada Adolescencia. Se trata de hombres frustrados por su falta de éxito en relaciones románticas y sexuales, que culpan a las mujeres, a los estándares de belleza y riqueza de los hombres y al feminismo. El terreno acá se pone serio, y es que aunque no todos los foros incels promueven ideas misóginas, al hacer scroll en muchos de ellos es fácil encontrar fantasías de violaciones y feminicidio. De hecho, Elliot Rodger constituye un caso emblemático y es sostenido por muchos incels (si bien no todos) como un héroe. Se trata de un joven que mató a seis personas e hirió a 14 antes de suicidarse, y que publicó un video y un largo manifiesto (“My Twisted World”) en redes sociales en los que expresa su odio a las mujeres y su deseo de una sociedad donde estén sometidas a los deseos sexuales de los hombres.


Algunos incels, por otro lado, encuentran espacios en los que pasan de sentirse frustados a conseguir aceptación y empatía. Y es que muchas personas que son parte de comunidades y subculturas de internet han declarado públicamente que estas les han ayudado en momentos de soledad, dificultad para socializar e incluso ideaciones suicidas. Estudios de psicología y sociología del internet, como el de Reagle en 2015, Reading the Comments: Likers, Haters, and Manipulators at the Bottom of the Web, muestran que estas comunidades habilitan la construcción de redes de apoyo en personas marginalizadas.

Las subculturas son espacios ricos y diversos que forman parte de toda cultura dominante grande, interconectada y en constante evolución. Abrazar las distintas formas de pensar y actuar de los demás es, en la era digital, parte de la condición humana. Estas comunidades pueden fomentar la erudición, la creatividad y ayudar a muchas personas a superar la soledad. Sin embargo, también han demostrado ser caldo de cultivo para discursos violentos o excluyentes. Pero el Internet no es bueno ni malo, solo es un reflejo y réplica de sus usuarios. Es por eso que compartir contenido empático y solidario es fundamental: porque tiene el poder de multiplicarse y hacer del espacio digital —y del mundo— un sitio más humano.